¡¿Una rata en el restaurante?! No lo podíamos creer. Habíamos llegado a celebrar el cumpleaños de mi mamá a un hotel (por propósitos de este blog he de decir que uno exclusivo), y nos reciben con una rata. Aquí les cuento la historia y por qué todos estamos en riesgo de comérnosla en algún punto de la vida.
Luego de mucho tiempo de planificar la celebración, mi papá nos pidió a todos llegar puntuales a la celebración mañanera para el cumpleaños de mi mamá. Como rutina familiar ya le habíamos cantado un remix entre “Las Mañanitas” y “Happy Birthday” a las 12:00 a.m., por lo que al día siguiente estaba agotada. Esa mañana me levanté tarde y me atrasé para llegar al desayuno (lo sé, lo sé). Mi papá se molestó por eso y mi actitud retadora solo empeoró la situación. Entre esta dinámica incómoda de describir, me levanté al buffet.
Preparando mi omelet llegó mi prometido y dijo: ¡Hay una rata justo donde tú estabas sentada!
¡¿QUE QUÉ?! ¿Una rata? ¿Cómo llegó allí?, y lo más importante, ¿por qué en mi lugar? Sorprendentemente mi idea inicial no fue “qué asco” sino “¿por qué a mí me tocó sentarme cerca de una rata y sin darme cuenta? La ropa se volvió pesada y pensé si había tocado algún lugar donde estaba jamás volvería a ser la misma. Mi cuñada comenzó a molestar, “seguro la asfixiaste al sentarte en ese sillón”. Tan solo la idea me da escalofríos.
Sé que ahora lo ven en lo físico, pero viajen por un momento conmigo en este pensamiento. ¿No les pasa que conocen a personas que llenan los ambientes de negativismo y confrontación. No quiero admitirlo, pero esa mañana fui yo la culpable y muchas veces se parece a dejar una rata en el sillón. Es algo asqueroso cómo nuestra mala actitud puede dejar rastros por donde pasamos o al menos dejarlos salir de donde estaban escondidos aún en los espacios más inesperados.
Yo no llevé la rata, claro, pero seguro mi actitud se parecía mucho a ella y por eso soy mil veces culpable. Que tu mala actitud no contamine los espacios bonitos para compartir con quienes amas y te aman. Que tu mala actitud no se convierta en un roedor que anda merodeando entre las paredes de tu casa. Que tu mala actitud no asfixie a tus compañeros de trabajo. Que tu mala actitud no te desnutra eliminando todo eso que Dios te ha dado de comer.
“Las palabras amables son como la miel: dulces al alma y saludables para el cuerpo.” -Proverbios 16:24